LA HIPERINFLACIÓN ALEMANA

   

Durante la Primera Guerra Mundial, Alemania había financiado la contienda  a cargo de la deuda nacional, provocando un aumento de la inflación que esperaba solventar en  la victoria con un cuantioso botín que finalmente no obtuvo. Tras la derrota, las naciones vencedoras pasaron la factura por los daños ocasionados.

A mediados de 1919 se firma el Tratado de Versalles por el cual Alemania debía ceder valiosas regiones fronterizas así como las colonias en África, Asia y Oceanía. Pero el golpe más fuerte lo recibió con el llamado Ultimátum de Londres, en el que se exigía a Alemania desembolsar 132.000 millones de marcos oro, cantidad que suponía casi el triple del PIB del país antes de la guerra. Este pago debía realizarse a razón de 2000 millones cada año y el 26% de las exportaciones anuales. El gobierno no podía recurrir a los mercados, donde la caída libre del valor del marco ahuyentaba a inversores nacionales e internacionales, y la recaudación fiscal no era suficiente para hacer frente a los pagos, así que se decidió imprimir más dinero extra para hacer frente a la deuda, inundando la economía de billetes y llevando la inflación a niveles inverosímiles.

Esta situación explotó durante el verano de 1922, cuando la inflación se transformó en hiperinflación y, a principios de 1923, la República de Weimar  suspendió los pagos.  Estados Unidos y Reino Unido apostaron por renegociar la deuda, sin embargo, Francia y Bélgica se decantaron por medidas más vehementes. Así que, a finales de enero, las tropas francesas y belgas ocuparon el corazón industrial de Alemania. El gobierno llamó a la resistencia pasiva iniciando una huelga prolongada mientras se compensaba  a empresarios y obreros con la emisión de más billetes. En el verano de 1923 la situación había alcanzado una magnitud que se refleja claramente en la relación del marco con el dólar que había pasado de 7.792 marcos en enero a 400.000 en julio, 160 millones en septiembre y 4,2 billones en noviembre. Durante esta vorágine, el marco había perdido su valor y el estado había contratado más de doscientas fábricas papeleras a tiempo completo para imprimir los billetes a la velocidad necesaria. Se imprimían directamente en una sola cara para ahorrar tiempo.

Los billetes debían transportarse en carretillas o cochecitos de niño a las tiendas y para las transacciones cotidianas más nimias las familias cargaban kilos de papel moneda, que debían gastarse a toda velocidad porque se devaluaba a cada minuto. Este clima de psicosis colectiva hizo que durante todo el año se sucedieran los estallidos sociales, mientras las prensas trataban de emitir nuevos billetes de cifras lo suficientemente altas para que las cantidades fueran transportables. Los niños jugaban con los bloques de billetes y los adultos los empleaban para empapelar paredes o como combustible para las chimeneas, pues resultaba mucho más barato quemar billetes que madera

En pleno pico de la hiperinflación se formó un nuevo gobierno constituido por alianzas de centroderecha y centroizquierda que lograron detener la espiral de autodestrucción del país:  se anunció la creación de una nueva divisa “segura” el Rentenmark que equivaldría a un billón de marcos de papel y estaría garantizado, a falta de oro, por bienes reales del estado.

La confianza en el marco retornó lentamente con un renovado banco central que realizaba estrictos controles del flujo monetario conteniendo poco a poco la inflación. Todo ello aderezado con importantes sacrificios sociales que hundieron aún más la moral del país: se facilitaron los despidos, hubo reducciones salariales y jornadas laborales que pasaron, por decreto, de las ocho a las doce horas, un cuarto de los funcionarios públicos se quedaron en la calle y desaparecieron las ayudas a los parados…Otro aspecto fundamental de la recuperación fue el Plan Dawes que logró agilizar los pagos de la deuda con los aliados mediante préstamos de la banca de EEUU.

Finalmente, en la segunda mitad de los años veinte Alemania empezó a recuperarse económicamente. Sin embargo, en el imaginario popular había arraigado la idea del enemigo extranjero que había expoliado el país tras una victoria bélica injusta, haciendo leña del árbol caído. Esta xenofobia se acentuaba con el malestar imperante en la sociedad alemana comparada con los felices años veinte que disfrutaban los países vecinos, generando un sentimiento de orgullo herido que buscará resarcirse pocas décadas después…

Fuentes: 


 GONZALO SANTIAGO TOULET 


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